mayo 24, 2009

Mi amigo Jonathan Buendía, Carolina del Norte y el llanto de las gaitas.

Nos sirvió algunos tarros en noches pasadas, pero el viernes que regresamos al lugar el llanto de las gaitas nos puso la piel de gallina e hizo que la cerveza nos supiera a tierra húmeda, no la conocíamos, pero estoy seguro de que el tinte de su cabello llamó la atención cuando atendía mesas vecinas o llegaba a la nuestra, lo suficiente como para recordar quien era ella, la que había partido de nuestro mundo a una edad hermosa, a la que le lloraban las gaitas, la pintura oscura rodeada de flores y el espíritu psychobilly de la ciudad.

Estoy seguro de que cuando terminé mi tarro de tierra húmeda, mi viejo y buen amigo, aquel que se parece a una versión en drogas de José Arcadio Buendía estaba ya arriba de la patrulla despidiéndose del Papi: “No te preocupes Omar, nos vemos”. Hace un año, en su fiesta, se necesitaron más de cinco hombres para meterlo al auto que lo llevaría a la cruz roja para que suturaran la herida que le apareció en la barbilla por el exceso de vida. El miércoles fue su cumpleaños y dice que se la pasó encerrado en un cuarto lleno de gatos leyendo lo que según él le está haciendo tanto daño que se le ha secado el pelo, hinchado la barriga y aumentado la atracción por las damas que nunca salen de día, pero en las noches se adueñan tanto del ambiente de su cautiverio que cuando se les visita se respira también tierra húmeda, como el tipo de aire que se respiraba en el carpa de circo de aquella chiquilla que visitó Macondo, condenada a entregarse a más de 77 hombres diarios para pagarle las deudas a su abuela. Mi amigo está acostumbrado a respirar ese tipo de aire, puedo sentir el lodo en su piel cuando lo abrazo y cada vez es más fácil adivinar su pérdida/ganancia por saber tanto, parecido al destino de José Arcadio, quien terminó amarrado a un árbol de su patio por saber demasiado.

Quizá Jonathan ya estaba abajo de la patrulla, esperando mientras fumaba un delicado en un puesto de tacos a una de esas damas, cuando en mi camino turbio hacia el Garage me encontré a la ahora altísima Carolina del Norte, la del peinado abismal. Ella cumplió años el martes. Hace un año iba en mi coche a una celebración en su casa, llevaba una caja de chocolates y un globo flotante con una leyenda que la felicitaba, pero se me escapó en Constitución cuando abrí la ventana para sentir la frescura de la noche, tuve que ir a comprar otro para no llegar con las manos medio vacías. Es una buena amiga que sé tiene un chorrito de veneno en la sangre, pero el antídoto es la forma en que a veces lo utiliza para hacer reír. Ahora no la vemos mucho, pero tuvimos aquellos tiempos, cuando no se dormía por los bailes infinitos, las fotos de moda, las conversaciones bilingües, las burlas a los desgraciados y los menjurjes que hacia su eterna compañera del cabello de cobre.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

gracias :D

unasimplegalleta dijo...

pelo seco!!!

Alejandra Arévalo dijo...

Worale.

Jorge G dijo...

cuando vencio la velocidad de la gravedad y cayo al suelo

Alejandra Arévalo dijo...

Saludos chico durden